Resulta que en Israel existe una línea de autobuses llamados mehadrin en los que se venía imponiendo la segregación de género; los hombres tenían que sentarse delante y las mujeres detrás. Tal imposición era ejercida por la fuerza y la intimidación si era necesario. Hasta que ocurrió que uno de esos matones ultraortodoxos cuya actitud roza el terrorismo callejero se encontró con una mujer a la que no es tan fácil someter: Naomi Ragen, quien un día se hartó y decidió plantar cara al más puro estilo Rosa Parks (y la analogía no es mía, que conste).
Su hazaña y la de otras cuatro mujeres consistió en recurrir al Tribunal Supremo israelí, que recientemente falló lo que hubiera fallado cualquier tribunal de cualquier país democrático, a saber, que las mujeres se sientan detrás sólo si ellas quieren, sin que nadie las pueda coaccionar, amenazar o agredir en orden de forzarlas a cumplir con la ahora defenestrada norma. Los autobuses mehadrin seguirán existiendo, cierto, pero sólo las mujeres decidirán si se sientan detrás o no.
Que es lo importante.
Pero ojo al titular del diario El País, que reza: Israel avala que se segregue por sexos en los autobuses. Cuando precisamente la sentencia establece que tal segregación es voluntaria y bajo ningún concepto es legal forzar a una mujer a aceptarla. Y no es que en El País no sepan de qué va la cosa, no, porque leyendo el artículo entero uno debería darse cuenta enseguida (por qué escribo "debería" ya lo explico a continuación) de en qué consiste realmente la sentencia.
¿Por qué escribir con letras grandes y negras que seguirá habiendo segregación, cuando lo lógico sería escribir con letras grandes y negras que las mujeres podrán sentarse donde les quepa o que nadie podrá forzarlas a hacer algo que consideran degradante? Muy sencillo: para dar una mala impresión que condicione la lectura del subtitular y del cuerpo del artículo, y por ende, la percepción del lector sobre el grado de libertad que hay en Israel.
Lo mejor es el subtitular, que reza: "El Supremo sólo veta la separación en las líneas ultraortodoxas si es impuesta". A ver, ¿cómo es eso, "sólo"? ¿Cómo que "sólo"? ¿Es que a Ana Carbajosa, la autora del artículo, y que es una mujer trabajando en un diario pretendidamente progresista, le parece algo tan poco importante que el Tribunal Supremo vete una imposición machista, dejándola fuera de la ley, como para escribir que el citado Tribunal "sólo" establece la antijuridicidad de tal práctica? ¿Tan poco importante le parece, de verdad?
¿Hasta ahí ha llegado El País en su campaña de demonización del Estado judío?
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