domingo, 31 de octubre de 2010

Una lección de cine... y de Historia y ética (I).

Tal y como demostré en numerosas ocasiones en este blog, muchos de los más importantes medios de comunicación, organismos políticos y organizaciones no gubernamentales dicen luchar por el respeto a los derechos humanos, para al final relegar a un segundo plano, cuando no ignorar directamente, las más graves guerras, los más despóticos regímenes totalitarios y los más crueles crímenes contra la Humanidad, en orden de atacar políticamente a una nación democrática y soberana que lucha literalmente por su existencia desde que nació: el Estado de Israel. Y ello termina por repercutir en una opinión pública fácilmente impresionable y falta de conocimientos históricos sobre el tema.

El caso es que el domingo 24 de octubre de 2010, en horario de prime time, La 1 de Televisión Española emitió el filme Diamante de sangre (Blood Diamond), dirigido en 2006 por Edward Zwick y protagonizado por Leonardo DiCaprio, Jennifer Connelly y Djimon Hounsou. La cinta trata sobre la Guerra Civil de Sierra Leona y su oscuro trasfondo de diamantes de sangre, niños soldado y demás atrocidades al uso en el desolado continente africano.

O, mejor dicho, desolado y olvidado. Hipócritamente olvidado.

Y es que es muy contradictorio que los medios, los organismos y las organizaciones arriba mencionados se quejen (de vez en cuando, eso sí, para calmar sus conciencias y mantener su estatus como concienciadores y, a la vez, portavoces de la opinión pública) de que no se le presta la suficiente atención a África y de que, consecuentemente, la opinión pública no está debidamente concienciada sobre lo que allí ocurre, de forma que no ejerce la debida presión sobre sus políticos. Y yo me hago una pregunta. ¿Cómo coño son capaces de emitir semejante queja, cuando son ellos los mismos que tanto se dedican a cacarear sobre el supuesto apartheid israelí, las colonias judías en Cisjordania, la alegada limpieza étnica de árabes en Jerusalén Este y demás asuntos relacionados, al tiempo que casi no le prestan la más mínima atención al continente africano?

Porque la peña no nace sabida. Difícilmente se puede concienciar a la opinión pública, pongamos, europea, sobre las desgracias recientes y actuales en Sudán, Somalia, la República Democrática del Congo, Sierra Leona, Ruanda o Uganda, cuando la O.N.U., la Unión Europea, Amnistía Internacional, Human Rights Watch, Manuel Tapial y sus coleguas, El País, El Mundo, Público, laSexta Noticias, Aftonbladet, Aftenposten, Dagbladet, Reuters, The Guardian, la BBC y un largo etcétera le dedican más tiempo y más recursos al conflicto árabe-israelí que a África.

Por supuesto que la gente es capaz de citar tragedias africanas, y que de vez en cuando éstas son objeto de una relativa cobertura. Pero comparativamente, sobre África se nos informa con cuentagotas, mientras que sobre el conflicto árabe-israelí se nos bombardea sistemáticamente; y ese bombardeo mediático se ve revestido con mucha frecuencia de un fuerte componente ideologizador.

Sólo así se puede explicar algo tan triste como que Ariel Sharon, Binyamin Netanyahu, Yitzhak Rabin, Mahmud Abbas, el Kadima, el Likud, los Acuerdos de Oslo, Yasser Arafat, Deir Yassin, al-Nakba, la división de Jerusalén, las colonias judías, al-Fatah, Hamas, Avigdor Lieberman, Ehud Olmert, Yisra'el Beiteinu, Hezbollah, el Mossad, Hassan Nasrallah, Tzipi Livni, Ismail Haniyeh, la masacre de Sabra y Shatila, la Batalla de Jenin, la Guerra del Yom Kippur, Hebrón y Shimon Peres sean universalmente más conocidos que Foday Sankoh, el Frente Revolucionario Unido, Mohamed Farrah Aidid, la Batalla de Mogadiscio, los diamantes de sangre, el coltán, los Janjaweed, Theodoro Obiang, los Acuerdos de Arusha, Robert Mugabe, Théoneste Bagosora, Jean-Paul Akayesu, la Segunda Guerra del Congo, el conflicto de Kivu, Jean Kambanda, Moussa Dadis Camara, Paul Kagame, Juvénal Habyarimana, Laurent-Désiré Kabila, los Mai Mai o Idi Amin Dada.

El último personaje aludido, por ejemplo, es de los malos, pero de los malos de verdad, ¿eh? Durante su reinado del terror en Uganda, entre 1971 y 1979, fueron asesinadas entre 100.000 y 300.000 personas, dependiendo, como siempre, de las estimaciones. ¡A lo largo de una miserable década! Entretanto, el conflicto árabe-israelí ha costado entre 51.000 (de 1950 a 2007) y 92.000 (entre 1945 y 1995) víctimas mortales, dependiendo otra vez de las estimaciones. Pero lo mejor de todo es que según la última estimación señalada, esos 92.000 muertos comprenden a 74.000 combatientes en contraposición a 18.000 civiles.

¿Cómo? ¿Que veis en las noticias que siempre mueren más civiles que combatientes? No, damas y caballeros. Eso habrá ocurrido durante la Segunda Intifada, la Segunda Guerra del Líbano o la Operación Plomo Fundido, pero las peores escaladas de violencia en cuanto a número de muertos a resultas del conflicto árabe-israelí tuvieron lugar en 1948-1949, 1956, 1967, 1967-1970, 1973 y 1982. Y en la mayoría de esas guerras (aunque no en todas), una gran parte de la lucha se desarrolló en pleno desierto, con relativamente pocos civiles de por medio. El resultado fue que el conflicto árabe-israelí, en contra del mito popular, no sólo es de los más leves que existen en términos humanitarios a pesar de su extensa duración en el tiempo, sino que es uno de los pocos en la Historia Contemporánea que ha derivado en más muertes de combatientes que de civiles.

¿Qué mejor ejemplo que el expresado arriba en orden de demostrar cómo la realidad le es distorsionada a la opinión pública?

Evidentemente, es algo que no se puede decir de África, como demuestran los conflictos, las dictaduras y las violaciones de los derechos humanos recientes y actuales ocurridos allí.

Curiosamente, la Uganda de Idi Amin Dada e Israel fueron Estados aliados. Pero la relación se quebró, y el dictador ugandés cambió de bando. Y lo que es más, Uganda se convirtió en escenario, por breve tiempo, del conflicto árabe-israelí.

El domingo 27 de junio de 1976, un avión de Air France fue secuestrado por terroristas árabes y europeos. El avión acabó en el aeropuerto ugandés de Entebbe... con la bendición del dictador del país. Todos los pasajeros no judíos fueron liberados, mientras que los judíos fueron retenidos. Uno de ellos, una anciana llamada Dora Bloch, fue evacuada a un hospital debido a problemas médicos. Y el domingo 4 de julio, una semana después del secuestro, se produjo el rescate israelí.

Los soldados israelíes llegaron en aviones que aterrizaron en el mismísimo aeropuerto de Entebbe; rescataron a los rehenes; destruyeron los aviones de las fuerzas aéreas ugandesas estacionados en el aeropuerto; y se llevaron a los rehenes en los aviones en los que habían llegado. Morirían los terroristas y un buen puñado de soldados ugandeses, así como tres rehenes judíos y un militar israelí, Yonatan Netanyahu, hermano del actual Primer Ministro hebreo.

Idi Amin Dada había sido humillado en su propio país mediante una operación de rescate efectuada ante sus narices. Y su sed de venganza alcanzó a cientos de ciudadanos kenyanos residentes en Uganda (Kenya sirvió de escala para los aviones israelíes), así como a Dora Bloch, asesinada en el hospital al que había sido trasladada, junto con, según se ha alegado, los médicos y enfermeras que trataron de impedirlo.

Así quedó patente (otra vez) el despotismo totalitario de Idi Amin Dada, acusado además de canibalismo, autoproclamado Rey de Escocia, y sobre el que se hizo la película titulada precisamente El último rey de Escocia (The Last King of Scotland), dirigida en 2006 por Kevin Macdonald, con Forest Whitaker cubriendo magistralmente el papel del déspota. No es tan buena como la de Zwick, pero merece la pena.

Pero los entre 100.000 y 300.000 muertos a resultas de la dictadura de Idi Amin Dada son sólo un episodio de la cruel historia reciente africana. Ahí están también el genocidio ruandés, con entre 500.000 y 1.000.000 de muertos entre abril y julio de 1994; la Segunda Guerra del Congo y sus secuelas, con más de 5.400.000 muertos desde 1998; la guerra en Darfur, con más de 300.000 muertos desde 2003; la Guerra Civil somalí, con más de 300.000 muertos desde 1991; y, volviendo a lo que relataba al principio de la entrada, la Guerra Civil de Sierra Leona, con unos 75.000 muertos entre 1991 y 2002.

Las cifras hablan por sí solas. Pero la historia reciente y actual de África sólo es brevemente rescatada para terminar cayendo en el olvido durante largo tiempo.

Es por eso que la obra maestra de Edward Zwick y la magnífica interpretación de Forest Whitaker no son sólo lecciones de cómo hacer buen cine, sino que son lecciones de Historia y de ética en la medida en que narran hechos verídicos que las masas deberían conocer pero sobre los que apenas son informadas, y que además deberían merecer una más contundente respuesta institucional y humanitaria.

Curiosamente, una de las más osadas hazañas contra el despotismo totalitario de Idi Amin Dada fue efectuada por el Tzahal, y sin embargo, Israel es objeto de un oprobio mucho mayor que el dictador ugandés. El único consuelo que al respecto le queda a la sociedad del Estado hebreo es el haber rescatado a docenas de los suyos humillando de paso a esa bestia en su propia casa. Por el camino quedaron, tristemente, cuatro civiles inocentes cuyo crimen era ser judíos y el héroe que inmoló su vida para salvar otras: Yonatan Netanyahu.

Al que podemos ver en la imagen inferior (derecha).

1 comentario:

  1. ¿Quién será la misteriosa mujer a la que podemos ver al fondo, en segundo plano?

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